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Fútbol

28-05-2020

VEINTIOCHO DEL CINCO

A siete años del regreso a Primera, lo revivimos con un texto emotivo que retrata el sentir tripero.

Volvimos. Ese 28 de mayo volvimos. Todavía tengo guardado en un cajón el suplemento deportivo que daba tan alegre noticia. Es más, el papel aún tiene esas imágenes desteñidas, producto de mis lágrimas alegres. Volvimos, como todo vuelve en la vida. Porque todo, absolutamente todo, vuelve en la vida. Es que eso del karma solo lo recordamos en las malas circunstancias. Y vaya nosotros si de las malas pasamos, no hace falta ni hablar del tema.

Con tan sólo el empate nos alcanzaba para festejar, para sonreír, para decir “listo, no hay otra, es acá”. A diferencia de aquella tarde contra Rafaela, mirábamos el reloj para que el tiempo se olvidara de sí mismo, se engañara, se olvidara de todo y no se diera cuenta de las leyes espacio-temporales. Hasta que llegó el centro de Pucho y el cabezazo de Pereyra: “Gol, carajo, vamos Gimnasia, vamos Lobo. Que pase más rápido por favor, que pase más rápido, que quiero festejar, que quiero salir a gritar.” Y miraba la tribuna, en un día laboral, de visitante en Córdoba, y sabía que había más de diez mil personas ahí paradas, pensando lo mismo que yo (sí, más de diez mil). “Basta, ya está, no hay que pensar más, es mejor así o me va a dar un infarto”. Pero a los cinco minutos apareció Oliver, por atrás, otra vez de cabeza, y yo ya no sabía ni dónde estaba.

Faltaba todo el segundo tiempo, y ya había gritado, ya había llorado, y ya quería saltar a la tribuna a través de la pantalla de mi televisor. El no haber podido viajar me estaba matando. Solo, en casa, sin nadie con quien estallar…aun así, seguí. Veía al Gordo, veía a Nacho, también al Caco, veía a todos. Jugaban como un hincha más, jugaban con los huevos del típico pibe de barrio, que sabía que la pesadilla ya estaba terminando. Sin embargo, ese ente que mueve agujas, y que a veces es tan gratificante como espurio, decía que teníamos que aguantar. Pero había que esperar sin desesperar, no debíamos trasmitir nuestra ansiedad al campo de juego. La clave era ser sabios, y mantener la calma para controlar los hilos, que estaban tejiendo el destino que esperábamos.

Lo que sucedió después poco me lo acuerdo. La historia que cambia para bien se escribe con el llanto de muchos y la cordura de unos pocos. Ese atardecer de fines de mayo no quedó ni un sólo cuerdo. Dejaron de existir en el trayecto de Córdoba a La Plata, ruta que se dibujó en el corazón de aquellos dispersos en el mundo, que por una u otra razón no podían estar ahí. Las siguientes imágenes son fruto de una memoria selectiva, otra cosa injusta que a veces tiene la vida. Abrazos, cariño, los ojos inundados con lo que nos sale de las tripas. Así, tan animal, tan visceral como eso. Tan simple como ese hombre de rulos que se puso como nosotros, y que era uno de los principales artífices de lo que estaba sucediendo, de devolvernos al lugar al que siempre vamos a pertenecer. Porque le guste a quien le guste, esa emoción incondicional que tiñe los colores del Bosque, nunca dejará de pertenecer a la elite.

Bajé corriendo las escaleras y salí a festejar, solo por una cuestión de suerte no caí por ellas. Gritaba, con fuerza, con alegría. Lagrimeaba, ya viendo en el horizonte a una masa de azul y blanco saliendo a hacer lo mismo que yo, saliendo a inundar de voz la ciudad. Volvimos, como todo vuelve. Porque todo, absolutamente todo, vuelve en esta vida.

Volvimos, porque nunca nos fuimos…y ese veintiocho nos dimos cuenta de eso.


Agustín Ávila Ruscitti

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