Gimnasia debe dejar todo para quedarse en Primera. De acá al domingo todas las fuerzas deben estar puestas en ese objetivo. Después será la hora de actuar.
Si momentos antes del partido a Gimnasia le daban la chance de un 0-1, seguramente varios hubiesen estampado la firma. Pero por cómo se dio el encuentro ante Rafaela, los triperos se volvieron de Santa Fe con más dudas que certezas, pues se pudo haber rascado, aunque sea, un empate, y también se pudo haber regresado con un resultado adverso mucho más abultado.
Los errores tuvieron la identidad de siempre: un nueve de área que desperdicia situaciones inconcebibles; un arquero que no descuelga los centros; un marcador central que juega al rugby; un lateral derecho negligente; y un desconcierto colectivo.
En la vuelta el Lobo deberá mostrar sus dientes si quiere mantener la categoría. Se sabe que Rafaela multiplica su potencial cuando hace las veces de local, es por eso que, a priori, el equipo de Cocca no debiera tener mayores complicaciones para hilvanar un triunfo en el Bosque. Si pudo con Estudiantes en el Clásico; si al Independiente del Tolo le quitó el invicto; si derrotó bien a Racing; si hizo lo propio con Boca, entonces ¿qué razones le impiden encarar con cierto alivio y optimismo la revancha frente a los rafaelinos? Y no se necesita ser muy cauto ni poseer mayor perspicacia para dar cuenta de cuál es la respuesta, porque es muy sencilla: el Lobo ha bajado su nivel notoriamente en el tramo final del Clausura.
Ahora bien, queda sólo un escalón, y el más difícil. El Lobo saldrá a buscar la victoria y no puede titubear a la hora de definir de cara al arco, pero el presente marca una confusa realidad: van cincos partidos que Gimnasia no gana. La goleada devastadora sufrida ante Newell´s hizo transparentes las falencias de los Mens Sana, que cometieron muchísimos errores –y graves- en sus últimas cinco presentaciones.
En esta instancia del análisis emerge un dato clave: en el último tiempo, Gimnasia ha demostrado superarse cuando la soga le llega al cuello. Siempre que estuvo al borde del abismo, el Lobo cumplió sus misiones, y resulta evidente que, cuando la presión lo enfunda, se las arregla muy bien para revitalizarse. Los ejemplos más claros son el último Clásico, donde una derrota hubiese significado un desconcierto caótico y generalizado, y el cotejo disputado con un Chacarita que venía en alza y, luego de trastabillar con el Lobo, se aferró a la caída libre. Más atrás en el tiempo se puede recordar el partido ante San Martín de Tucumán, aquél día crucial donde Gimnasia no tenía opciones y debía ganar o ganar; o el mismísimo enfrentamiento con Atlético Rafaela en el Bosque, cuando los de Madelón llegaron con la obligación de sacar diferencia de tres.
Pero esto es fútbol. Las estadísticas no cuentan, y mucho menos la lógica. Sólo resta esperar hasta el domingo. La consigna será la misma de siempre: alentar. Pero una vez terminado el juego, una vez develada la verdad, una vez concluida la desesperación, fuere cual fuere el resultado, la gente deberá recoger el guante y marchar hacia la sede. Pedir a gritos que las cosas comiencen a cambiar. Los errores fueron paupérrimos, y sólo pueden ser remediados comenzando de cero. Nada de festejos en 7 y 50 en caso de una victoria, y nada de irse a casa con la cabeza gacha si los acontecimientos resultan siendo los peores. El Lobo está en coma, y la única manera de salvarlo es izar la bandera de la protesta. Basta de observar el transcurso de los hechos, es hora de actuar.
