Gimnasia vuelve a tener enfrente un partido decisivo. Te adelantamos la editorial de la Revista Letra G que se distribuye gratis en la cancha.
Cinco mil triperos se volvieron con dolor de ojos del Nuevo Gasómetro. El rendimiento del equipo de Osvaldo Ingrao, lejos de mejorar respecto a lo mostrado una semana antes en Florencio Varela, sucumbió en los mismos errores de siempre. Y también en los mismos errores sucumbió esta dirigencia. Con Delmar a la cabeza (pese a que el máximo mandatario del Club pocas veces brinda declaraciones) se ha navegado de nuevo por mares turbulentos. No por mera casualidad sino por impericias propias.
Mucho se habló sobre qué hacer ante este pésimo presente futbolístico. Que Ingrao renunciaba, que lo echaban, que no renunciaba, que no lo echaban. Muchas cosas se hablaron (y todavía se hablan). Mientras tanto Gimnasia continúa afrontando el pago de salarios a los técnicos que despidió en los últimos años. A saber: Leonardo Madelón, Pablo Fernández, Diego Cocca y Ángel Cappa.
Hay algo que está claro: el Lobo le pifia en la contratación de los directores técnicos. Hoy Osvaldo Ingrao pende de un hilo. Si todavía no se fue es porque no presentó la renuncia y desde los escritorios triperos se niegan a sumar otro nombre a la lista de entrenadores despedidos.
Las opiniones vertidas en el mismo seno de la CD del Lobo se enfrentan entre sí. Algunos ya no soportan a Ingrao con el buzo de entrenador; otros, creyeron mejor brindarle una oportunidad más, aunque sabiendo que Atlanta es un examen final, un ultimátum. Esta vez el Lobo realmente está obligado a ganar. Si no lo hace, entonces el golpe de timón será visto con buenos ojos hasta para quienes hoy aún confían en el ex zaguero del Lobo.
Y en el medio están los hinchas, destinatarios excluyentes de los golpes que recibe a diario el Club. Los que viajan a todos lados, los que sacrifican tiempo para poder estar junto al Lobo y no reciben más que decepción. Son los que mantienen en pie a un Club que, de no ser por ellos, ya se habría desbarrancado hace rato. La sentencia del pueblo tripero ya se conoce: Pedro Troglio.
Pero más allá de eso, resulta una antinomia exagerada que quienes proclamaron a los cuatro vientos la imperiosa necesidad de proyectos a largo plazo, hoy pidan la cabeza de un técnico cuando apenas van siete fechas. Cuando en 2005 Troglio asumió como entrenador, estuvo varios partidos para hallar el equipo ideal. Gimnasia navegaba por los últimos escalones de la tabla de los promedios y la urgencia de ganar carcomía el cerebro de cualquier tripero. Aquélla nefasta dirigencia hizo algo bien en su momento: mantuvo a Troglio en su cargo. Los resultados posteriores son ya conocidos: el Lobo se salvó del descenso, obtuvo un subcampeonato y se ganó el derecho a disputar la Copa Sudamericana y la Libertadores.
No buscamos ponderar la idea de que Ingrao debe permanecer en su cargo. Pero de los errores se aprende y Gimnasia tiene que comprenderlo. Luego de la derrota ante Ríver emergieron dos posibles caminos. El primero era despedir a Ingrao y poner algún parche que disimule las grietas de aquí al final de la primera parte del Torneo Nacional B; el segundo, suponía confiar en este proyecto y brindarle algo más de tiempo al DT tripero. Eso fue lo que escogió la dirigencia. Con sus diferencias intrínsecas de siempre, con voces que se proclaman en contra de cualquier medida y con la certeza de que el Lobo queda demasiado susceptible a un nuevo tropiezo. Porque el ciclo Ingrao no sobrevivirá a una mala actuación ante Atlanta de local.
Los tiempos, por ahora, son largos. Aún queda mucho. No es como cuando estaba Cappa, y el Lobo, en terapia intensiva, necesitaba triunfos como el aire. Esta vez las agujas van más lento. No está mal permitir a este cuerpo técnico jugar su última carta en el paño.