El árbitro fue decisivo en el resultado final del Clásico 152 cuando expulsó a Facundo Oreja injustamente llegó el empate del equipo local.
No fueron en vano los murmullos de los hinchas de Gimnasia cuando se conoció la designación de Saúl Laverni como árbitro para el Clásico. Es que los antecedentes lo ubicaban como un juez difícil de digerir para el Lobo y, una vez más, con sus tragicómicos pitazos determinó el destino tripero.
Lo que los jugadores de Estudiantes no pudieron hacer en 60 minutos, Laverni lo logró en menos de lo que dura un pestañeo. Oreja le dio a la pelota con el hombro y el árbitro (que se hallaba a escasos metros de la jugada) interpretó mano, segunda amarilla y tiro libre en el borde de la medialuna del área. No solamente permitió que los de Pellegrino igualaran el marcador sino que obligó a los de Troglio a jugar con diez hombres durante todo lo que quedó del partido: media hora.
Quienes acostumbren a defender lo indefendible podrán esgrimir que, más allá de esa jugada puntal, en el balance general lo de Laverni no fue malo. Es cierto, pero con un fallo insólito y repudiado por todos los medios de comunicación, el rosarino influyó notoriamente en el desenlace del partido. Punto. No hay excusas ni objeciones. Laverni es humano, pero a un juez de Primera División no se le puede perdonar semejante error. Conclusión: Laverni le robó el partido a Gimnasia. Otra vez.
¿Qué castigo le cabe a un árbitro que en un encuentro de suma trascendencia le arrebata una victoria a uno de los equipos? Seguramente, en cualquier lugar del mundo, suspensión y no dirige por tiempo indeterminado. Acá en Argentina, en este fútbol miserable donde la mayoría de las cosas se definen en los escritorios, probablemente será designado para arbitrar el próximo fin de semana.
