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Fútbol

04-02-2014

EL HOMBRE LOBO

Acá, texto dedicado a uno de los mejores y más completos jugadores que ha dado el Club en el último tiempo: Franco Mussis.

En la tribuna nunca faltaban las críticas negativas.

-Se engolosina y la pierde y la pierde y no para de perderla.

Era cierto. El pibe se engolosinaba con la pelota y la perdía y la perdía y no paraba de perderla. Entonces el malhumor y la impaciencia se apoderaban de los triperos. Sólo unos pocos –quizás los más perspicaces– advertían en él una cualidad que no todos los futbolistas tienen: el pibe la perdía pero la seguía pidiendo. No se achicaba. Lejos de apichonarse como cualquier cristiano haría en situaciones desfavorables, él redoblaba la apuesta. Alzaba los brazos como diciendo acá estoy yo, mírenme, dénmela a mí de nuevo. Y ahí estaba el petiso fibroso, el tractorcito tripero, perdiendo y volviendo a perder la pelota, pero pidiéndola de nuevo, una y otra y otra vez.

En casa pasaba algo similar: no todos adivinaban la pericia oculta del Gordo. Siempre fui defensor a ultranza de Franco Mussis. Recuerdo cuando se armaban esas acaloradas charlas sobre Gimnasia y sobre fútbol y sobre tácticas y sobre juego y todo eso. Mi viejo y mis hermanos siempre escapaban de mi sintonía.

-El que no puede jugar más es Mussis, la pierde siempre.

Y yo les retrucaba todo el tiempo y les intentaba explicar que Mussis tenía un potencial enorme, que ya iban a ver, que le dieran tiempo, que el Gordo sabía de verdad, que era incuestionable, que sentía la camiseta como nadie y que eso era lo que Gimnasia más necesitaba.

-Gimnasia necesita jugadores que sepan dar un pase y nada más –decían. Ilusos.

Con el tiempo y el correr de los partidos en casa empezaron a notar ciertas características de Mussis que, hasta ese momento, habían permanecido ignoradas. El Gordo corrigió sus pequeñas falencias y potenció y consolidó sus grandes virtudes. Pero hay algo que el Gordo nunca cambió: el exceso de confianza; cualidad esencial para los jugadores de mentalidad ganadora y que marcan diferencias, que rompen esquemas, que se salen de los libretos baratos, que apuestan fuerte y que finalmente se abrazan al éxito.

Mussis siempre estaba donde tenía que estar. Mussis desenfundaba el alma en cada partido. Mussis agarraba la pelota y hacía lo que quería. ¿Y cuando iba al choque? Ufff. Cuando iba al choque Mussis desestabilizaba hasta a las bestias más pesadas. Me resultaba increíble ver cómo un pigmeo de espaldas pronunciadas se plantaba ante cualquiera y salía ganando.

No sé. Como que Mussis era un combo de jugadores extraordinarios que yo había visto con la azul y blanca. Algo así –y no exagero– como un tipo salido de algún texto ficcional y que reunía la preponderancia del Negro Gómez, la garra y el despliegue de Rinaudo, el potrero de Chirola Romero y la prolijidad y guapeza de Yllana. Alguien que tenía la facilidad de sacarse varios tipos de encima, encarar y aplastar a sus rivales física, táctica y técnicamente, y que a la vez metía, raspaba y mordía con la fuerza de un jabalí. Un hombrecito que gestaba el ataque pero que también suministraba el orden defensivo. Un monstruo. O un robot. ¡O un hombre lobo! He llegado a pensar a menudo que Mussis era lo más parecido a un hombre lobo que alguien hubiera podido ver en una cancha. Un hombre lobo que jugaba en equipo pero que a la vez era una individualidad fantástica. Y sí. Mussis venía del semillero y con suma certeza había palpado los conceptos de Pablo Javier Morant y se había aferrado a la sabiduría de Pedro Antonio Troglio. Era un pibe que la había luchado incansable desde el vamos y que había ido forjando su investidura sobre la marcha. Y era eso: garra y corazón. Mussis era Gimnasia devenido en jugador de fútbol.

En casa, en más charlas acaloradas sobre Gimnasia y sobre fútbol y sobre tácticas y sobre juego y todo eso, yo seguía explicando y defendiendo al hombre lobo.

-Es como que Troglio agarre a cualquiera de nosotros y lo mande a jugar ahí en el medio. Es como que juguemos nosotros. Imaginate con las ganas que jugaríamos. Dejaríamos todo en cada jugada. Eso hace Mussis. Juega con el corazón en la mano. Juega como jugaríamos nosotros. Claro que la única diferencia es que él realmente sabe jugar.

Hoy, cada vez que Mussis agarra la pelota, da la sensación de que algo bueno puede venir. Amo y patrón del mediocampo, Franquito ajusta cuentas y salda viejas deudas adentro de la cancha. Porque si antes los palos y la mala fortuna le cerraban las puertas del gol, ahora factura; si antes se engolosinaba con la pelota y la perdía, ahora toca de primera, descarga y va a buscar, o simplemente se engolosina pero con éxito.

Por todo eso respiré aliviado cuando supe que el Gordo se quedaba un tiempito más. Qué suerte, pensé. Qué suerte que el Gordo sigue en casa hasta mitad de año. Es que Gimnasia lo necesita. Troglio lo necesita. Si Mussis se fuera ahora, este equipo se quedaría manco.

Si Dinamarca es un buen destino sólo el tiempo lo sabe. El mismo tiempo que hoy nos obliga a cambiar a un jugadorazo por un puñado de dólares dentro de un mercado insaciable.

Lo único que queda es disfrutar de Mussis durante estos meses. Hoy el Bosque es su lugar. Después se verá; lo despediremos como se merece. Y todos lo van a recordar.

Estabilidad, aplomo, fuerza, seguridad, coraje, valentía, amor propio, destreza, visión de juego, jugador de la putísima madre. Que lo llamen como quieran. Con Mussis es más fácil rumbear hacia la guerra. En un pan y queso yo lo elijo primero.


Agustín Colianni

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