La humildad, el trabajo, el perfil bajo y la perseverancia configuran el camino a seguir en esta recta final. OPINIÓN
Y un día se acabaron los peros y las excusas y los desentendimientos forzados. Ese famoso objetivo de 50 puntos está cumplido, y si bien es cierto que todo lo que venga será de yapa, Gimnasia tiene que mentalizarse en algo: todo lo que viene será pelear el título.
En el Lobo todavía no se animan a decirlo, y está bien. Al fin y al cabo, este plantel no se formó para luchar por el campeonato ni mucho menos. La premisa desde el inicio fue clara y bien enmarcada: había que asegurar la permanencia. Y entre altibajos de todo tipo, este equipo hambriento de gloria logró sobreponerse a situaciones incómodas, injustas y lamentables. Porque fueron varios los palos que vaya a saber quién (si la mala fortuna, el destino o quién sabe qué) puso en las ruedas triperas.
El comandante, Pedro Troglio, superó críticas de todo tipo y siempre apostó a sus convicciones. El entrenador tripero capeó temporales en momentos en que comenzaba a asomar la incertidumbre y le ganó la pulseada al bajón generalizado tras la derrota en el clásico.
El trabajo es impecable y vale la pena remarcarlo: Gimnasia, que arribó a Primera División con un patrón de juego bien reconocible, fue aceitando engranajes fecha a fecha. Hoy, a cinco jornadas del final, el Lobo está en su plenitud futbolística y mental. ¿El secreto? No existe tal cosa: el trabajo humilde y constante, la perseverancia y, claro, la calidad de jugadores que se acoplaron a una idea de juego específica, son los factores determinantes en un equipo contra el que nadie quiere jugar: porque es molesto y porque a la vez puede pintarle la cara a cualquiera ante el menor descuido.
Si hay que buscar una clave, resulta difícil. Aunque las miradas seguramente apunten al mediocampo: allí Gimnasia muestra su mejor faceta como equipo. El tándem uruguayo (Pouso, que aporta equilibrio; y Fernández, una maquinita que juega y hace jugar y llega al gol), la grandeza de un Mussis que mantuvo el nivel superlativo que sedujo al Copenaghe (cosa difícil si las hay para un futbolista: mantener el nivel de un año a otro cuando éste es muy alto), y las apariciones de dos cracks inmensos: Meza y Mendoza, dos volantes letales y bien formados que van a dar que hablar.
Licht, el capitán, marca el rumbo. Los demás lo siguen. La defensa está ordenada y sabe qué hacer cuando viene el peligro. Monetti es Monetti. Y arriba, el Negro Peralta hace el trabajo apropiado para este esquema: se pelea a muerte con las defensas rivales, arrastra marcas y permite el ingreso más fluido de los volantes.
Gimnasia respira más tranquilo. Sabe que pertenecerá a Primera División por un buen tiempo más. Ahora, pese a que muchos aún son precavidos a la hora de hablar, no queda otra que ir con todo lo que hay hacia el campo de batalla. Hay poco que perder y la torta se ve bastante grande: es casi absurdo no admitir que el Lobo buscará quedarse con lo mejor que puede ofrecerle este semestre. Eso sí: perfil bajo, humildad y trabajo. Si Gimnasia respeta esa reglas las chances se acrecientan.
