Adelantamos la editorial de la Revista Letra G 114 que se distribuye en forma gratuita el sábado en la cancha.
Se viven momentos de angustia, pena, desazón. Hace una semana, en Floresta, muchas lágrimas se fundieron en un único sentimiento: la impotencia. Entre cánticos, gritos, sollozos, pieles erizadas y aplausos se despidió a un grupo de jugadores que se mostraron incapaces de remediar una situación que viene de antaño, y que, con el tiempo, fue obteniendo un grosor mayor. Pero las lágrimas no se debieron a la específica derrota ante All Boys. Las lágrimas hallaban su referencia en todo el tiempo que algunos han gastado en pulverizar a Gimnasia, y cada gota de tristeza esbozaba una misma pregunta: ¿Qué te hicieron, Lobo?
Los errores fueron demasiados. Y muchos dirigentes -los únicos verdugos de este inocente sentenciado que es Gimnasia- desfilaron por la pasarela tripera sin tener la receta para luchar contra este mal. Muy, muy lejos de eso, se dedicaron a cizañar al Lobo. Con decisiones absurdas, incoherentes, carentes de todo rasgo razonable.
Es que la lógica de la sinrazón fue la reina de este letargo que sitúa hoy a Gimnasia en las puertas del descenso. El abandono del Bosque; la venta de jugadores a precios ínfimos (y poco claros) y la compra en cifras desmesuradas, priorizando cantidad y no calidad; el vaciamiento de las arcas del Club; el desarme del Básquet profesional; escaso apoyo a las Lobas; la inexistencia de propuestas a corto, mediano y largo plazo para beneficiar a Gimnasia; el desmantelamiento de las divisiones inferiores; el desprestigio a futbolistas gloriosos de las épocas doradas de los ´90; el negocio negro del Estadio Ciudad de La Plata; el olvido de instalaciones como Estancia Chica, la pensión o el Bosquecito. Todas esas, y muchas más, son las causas que condujeron a las funestas consecuencias que hoy vivimos. Porque el Fútbol Profesional estará a un paso del descenso, pero en el plano institucional Gimnasia se fue a la B hace rato.
Desde arriba siempre buscaron solucionar los problemas con parches. Se trató de zafar, y bueno, después vemos cómo nos arreglamos. Gimnasia no se arregló nunca. Cada uno de los dirigentes que han pasado aportó su grano negro de arena para llevar al Lobo hasta el borde del precipicio. Ignorando, claro, que las promociones no siempre se ganan, y aún más, que no siempre se accede a jugarlas. Hoy, con el Lobo está de cara al vacío, sólo es cuestión de un empujoncito.
¿Los que más sufrieron? Nosotros, los hinchas. Los que nos bancamos las embestidas emocionales cada fin de semana, desde hace varios años de calamidades. Pero acá estamos. Otra vez, poniendo el pecho a las balas. Alentando más que nunca; elevando la voz al máximo, defendiendo a Gimnasia como nadie más sabe hacerlo. Sabemos que todavía queda una chance, ínfima, sí, pero una chance al fin. Mantenemos la certeza de que todavía se puede (siempre se puede) y que la adversidad, muy lejos de vencernos, nos retempla. Lo único que precisamos para dar batalla es tan sólo una bandera azul y blanca flameando en lo más alto.
Es como alguna vez escribió en un poema Eduardo Berisa: “Podrán pasar los años; tal vez, eternidades; la vida en el planeta podrá desfallecer; podrá quebrarse el cielo, sumirse las ciudades; el infinito espacio volver a ya no ser...Mas vos, mi amado Lobo, no apagarás tu canto; tendrás la luna toda en cada amanecer; y tu gritar ruidoso, tu aullido azul y blanco, resonará en el aire, henchido de placer. Podrán las ilusiones morir; podrán los soles morir; podrá el silencio morir; morir la paz... solamente un purrete vistiendo tus colores, solamente un purrete, no precisamos más. Uno solo que vele, cual centinela, el bosque; y entonces, mi Gimnasia... ¡no morirás jamás!”.