Dos nuevas muertes vinculadas al fútbol y la confirmación de que el problema no es simplemente la pelota.
El fin de semana pasado volvieron a ocurrir hechos lamentables en el ámbito del fútbol argentino. Y ante esta situación, volvemos a pensar y nos damos la cabeza contra la pared, cuando nos damos cuenta de que la cosa está mal. De que la cosa está podrida y que tantos años de devastación no se van a poder subsanar con una medida improvisada.
Como es habitual en nuestro país, enseguida que se supo la noticia de la muerte del hincha de Vélez, todos desde los medios se salieron del libreto, para transmitir la indignación que les generaba. Luego, pocos minutos más tarde, coincidieron en que parar el fútbol no es la solución y que en realidad debería hacerse cargo el Estado Nacional. Ah! Al otro día, se acordaron de que además del hincha de Vélez, había muerto una joven de 17 años en Salta, producto de un balazo en la cabeza, cuando se dirigía a ver el clásico provincial. Pero es Salta, es lejos…
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Luego aparecieron en escena los representantes del Estado. Allí, el Jefe del Gabinete Nacional, Alberto Fernández, salió a decir que estas muertes no tienen nada que ver con el fútbol y hasta las comparó con un loco aislado que podría haber matado a un grupo de ancianos en una plaza. Sin palabras.
En estos casos, los representantes del gobierno deberían limitarse a dirigir la tragedia y luego la investigación, y no a deslindar responsabilidades con groseras incoherencias que sólo irritan a la gente.
Pero también hay que incluir aquí a la policía. Que con altos grados de corrupción forma parte del entramado espantoso que enferma a la sociedad. No hay nadie a quien recurrir y el que tiene la responsabilidad de protegerte, también entró en el juego.
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El fútbol es un deporte de masas, en las cuales se congregan y potencian las miserias que sacuden a la sociedad. Por eso es imposible intentar explicar la violencia del fútbol sin analizar el contexto en el que se desarrollan las sociedades.
No se puede pretender que termine la violencia en medio de una sociedad que permanentemente fomenta la exclusión. En un contexto donde los chicos no pueden ni sienten el deber de estudiar. Donde los chicos salen a robar y matan a los 10 años. Donde la mortalidad infantil es un problema latente. Donde los prejuicios son permanentes y se sintetizan ecuaciones como pobre = villero = ladrón = barra brava = asesino. Donde el mercado fomenta la pobreza para que consuma lo que dejan los ricos. Donde todavía existen sistemas de esclavitud y nadie dice nada. Donde los gobernantes mienten y roban descaradamente y no reciben sanción. Donde los medios idiotizan poniendo las 24 hs. programación norteamericana. Donde se informa parcialmente omitiendo las verdades que perjudican al poder. Donde el poder es disputado por mafias que se terminan introduciendo donde hay más cantidad de gente y más torta para repartir. Etcétera, etcétera, etcétera…
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Y allí aparecen las barras bravas, que por supuesto, no se pelean por decidir quién elige las canciones en la cancha. Sino que detrás de todas las internas, hay un tironeo por negocios incalculables. Entradas, pases de jugadores, lavado de dinero, droga, etc. Y emergen entonces los dirigentes quienes, en muchos casos utilizan a las barras, para obtener respaldo, pero a cambio deben pagar un alto precio, del que luego, no podrán salir jamás.
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Entonces se hace una lista interminable de asociaciones, que deja en claro que es imposible terminar con la violencia si no se trabaja a largo plazo en las bases que fomentan la sociedad. Además, esa lista, muestra cómo la violencia es una consecuencia directa del contexto en el vive esa sociedad y cómo el poder de turno no hace nada para cambiar la situación ya que de esa forma, se pueden generar grandes negocios y obtener importantes beneficios.
Y aquí surge otra lista de nuevas asociaciones que nos llevaría una eternidad desenredar. Por lo tanto, se encendió la mecha y ahora es importante no dejarla apagar.