La trastienda de un himno tripero. La gesta de un hito popular que forma parte de la identidad gimnasista y de la cultura azul y blanca.
Ese sábado de luna llena invernal la 22 alentó durante todo el segundo tiempo cual entrenamiento militar, disciplinada y sin importar el desgaste del cuerpo. La derrota seis a cero ante Vélez en los inicios del Apertura 2005 parecía secundaria, las gargantas se gastaron masivamente por culpa de la pasión irracional que provoca Gimnasia.
Mientras terminaba de realizar las tareas periodísticas, ahí estaba parado Sebastián, el cual esperó – vaya a saber uno con qué ganas- afuera de los vestuarios hasta que se vaya el último jugador. Fue el uruguayo Gonzalo Vargas quién se retiró con su novia y saludó con un gesto de afecto e indignación por el partido.
Sebastián parecía un hincha más, humilde y apasionado, pensante y reflexivo, informado y crítico de su Club. Con unos treinta años a cuestas, su cabeza herida contaba historias de lucha, cada marca en el cuero cabelludo oscuro representaba un piedrazo en canchas de las provincias o de la Capital. “Una vez tuve que abrazar a una abuelita para que no la ligue, me partió el alma, me hablaba del lobo como si fueran sus hijos. Tiempo después la volví a ver el bosque y me agradeció aquel gesto. Gimnasia te da esas cosas”, recordó con nostalgia.
Mientras volvíamos de esa noche pálida por calle 60 comenzó a salir a la luz su historia trazada por su acción motivadora. Los triperos que pasaban lo miraban y le pedían canciones: Sebastián es uno de los máximos creadores de la cultura popular gimnasista.
No hizo falta que estudie Bellas Artes o alguna ciencia social en la Universidad, sólo le bastó embarrarse con el paso de los años para conocer los sentimientos que lo rodean. El orgullo más grande lo lleva con la interpretación histórica que hizo sobre el tema “Vení Raquel” de los Auténticos Decadentes, creado a mediados de los 80.
Sebastián hizo lo que no muchos pueden, creó un himno de las tribunas del bosque, nuestra única casa. Una canción que recorrió canchas e historias, que erizó la piel de miles de triperos, que provocó lágrimas, terremotos, abrazos, papelitos, banderas desplegadas y gritos históricos.
Una obra impecable, responsable de conectar a los triperos con el movimiento de la manga del bosque cuando el equipo está por salir a la cancha. Una magnífica inercia en el momento exacto donde el asistente le anuncia a la hinchada -con sus brazos motivadores- la salida de los jugadores. Una señal de la euforia inigualable que produce ver salir la azul y blanca al césped.
“Yo te quiero lobizón, a vos te sigo a todos lados
Hoy no podemos perder, vamo a la cancha descontrolados
Y dale ló, por vos dejo la vida. No somo amargos, como son esos pinchas
Y dale ló, vamo a salir campeón, porque te alientaaa, toda la 22!”
Imposible cantarla una sola vez. Observesé la tonalidad de la palabra “alienta”. Miresé la entonación sobre la frase “y dale ló”. Saltesé sobre el bosque abrazado a su novia y grite de manera ecuánime esa emoción única.
Cuatro meses después de esa noche ante Vélez lo crucé a Sebastián. Sus lágrimas de bronca desfiguraban las pintadas azules y blancas de su cara. El empate ante Newell`s dejaba pocas chances de sumar el tercer campeonato para el lobo en su historia.
Hace ocho años que no lo veo a Sebastián. Quizá se ilumine y haga otra obra monumental que diga, entre otras cosas, que el amateurismo también era fútbol. Le pediría que hable de Gimnasia como pueblo, como Club Social, de sus personajes y sus mitos populares. Le encargaría como obra necesaria una canción para Las Lobas, para el Bosquecito, para Néstor Basile y para Oscar Montesino, reflejos de lucha por la identidad. Le diría que invente otra canción para que la pueda rezar con la generación de mis hijos, al igual que lo pude hacer en los 90 cuando la canté con mi abuelo y mi viejo.